Novena a María Auxiliadora

domingo, 23 de septiembre de 2012


Una sonrisa que trasmite paz es la que deja ver el P. Lorenzo. Es amigo de todos, de los grandes y los pequeños. Llegó a Piura hace 60 años y es casi un piurano entre nosotros.PIURANO DE CORAZÓN Eran los mediados del siglo XX cuando en el
 Callao -mientras el padre realizaba sus misiones- sufría una gastritis que lo dejó postrado en cama por varios meses. “Era un dolor engañoso. Iba y venía, pero no me daba cuenta qué era”. La gastritis que padecía había hecho que, meses después, le extrajesen las tres cuartas partes de su estómago. Los médicos, además, habían ordenado reposo absoluto que nunca se cumplió. A no ser porque, ni bien pudo dar unos pasos luego de la operación, sus superiores le dijeron que tenía que venir a Piura; que había que renunciar a su enfermedad, para hacer lo que Dios quería. Y así lo hizo. Hasta que, en 1952, llegó a nuestra ciudad para asumir el cargo de director en el antiguo colegio Salesiano. Sólo algunos años antes, lo habían despedido de Italia, en una embarcación que viajó por más de un año, y en donde le dieron una cruz en señal de misionero, que conserva hasta ahora. Cuando llegó, se encontró con una ciudad pequeñísima, pacífica, limpia, llena de arenales y salpicada por casas pequeñas. “Todo estaba despoblado, no había casi nada por donde ahora es Castilla, pero sí habían más (casas) cruzando el puente”. Ahora que recuerda esos tiempos, se siente feliz. Una gran parte de eso, se lo debe a sus maestros del Seminario, quienes conocieron personalmente a Don Bosco, “él –Don Bosco- los confesaba”, dice. Lo que nunca imaginaba –ser sacerdote- lo ha hecho por sesenta años, y bien. Ha sido profesor de los futuros siervos de Dios, ha bautizado, confirmado, casado, en suma, ha dado los principales sacramentos a ‘medio Piura’ de hace cinco décadas atrás. Y por eso está feliz. -Quiero terminar, diciendo que mi preocupación ahora es poder regresar al pasado, pero ya no se puede. Quisiera volver a tener mi espíritu joven, cambiar todo a lo joven. Debemos hacer lo posible para que éstos conozcan a Jesús, su poder, su amor, y hallen en él, su fuerza. Yo la encontré ahí. El padre ha hablado por más de una hora. En sus manos tiene medallas, diplomas, y todo lo que en estos 60 años de sacerdocio, le han reconocido. Pero no le gusta. Tal vez eso lo hace especial, querido por muchos, respetado por todos. Esa voz aguda, ya no se interrumpe con pausas. Sólo alcanza a decir entusiasmo… fuerza… El padre sonríe. Se levanta del asiento. Empuja con el dedo índice, sus ovales lentes. Y concluye: -Ellos –Dios y María- lo han hecho todo.

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