La noche del
24 de enero, en el patio techado del colegio Salesiano Don Bosco, se puso en
escena el musical de la “Vida y obra de
Bosco”. Más de 30 jóvenes –entre actores, cantantes, y músicos– interpretaron
los años mozos, juveniles y últimos del Santo de los jóvenes. Todo esto
responde a la fiesta que el mundo católico se dispone a celebrar: el
bicentenario de su nacimiento.
La historia y representación, estuvo
bajo la dirección de Violeta Sabaduche, y producción del P. Julio Berroa sdb.,
quien se mostró alegre después de la puesta en escena. “Todo esto es gracias a ellos, porque, desde
el principio, se trazaron la meta de retratar esas pinceladas de su vida”, dijo
antes de que se estrenara la obra, que contó, asimismo, con musicales, 18
jóvenes en escena, dos escenarios, y múltiples sucesos de la vida del Santo.
Ahí estaba Juan niño, Juan grande, y Juan el sacerdote, preocupado por una
juventud cada vez más exigente. Estaban, también, los actores vestidos de rojo
y amarillo, cantando, interpretando. Estaban, asimismo, los músicos, dirigidos
por el Prof. Lenin Mendoza. En suma, todos aquellos que se propusieron hacer de
un guión, una epifanía.
ACTO I
Suelta un puñado de lágrimas. El niño
Juan, abrazado a su madre, suelta un puñado de lágrimas que, juntas, se deslizan
por sus mejillas. Ahí está inmóvil, el cuerpo de su padre tendido en el piso;
sin vida, con el rostro demacrado, y rodeado de gente que llora su éxodo
repentino. “Vamos, vamos, Juan, ya no llores hijo mío”, lo consuela Margarita, su
madre, que está vestida con una blusa de bobos, y una falda más o menos larga. “Vamos
Juan, ya no llores más”, le vuelve a decir. Y esta vez el niño Juan, con el
rostro completamente enajenado y las manos tendidas, suelta estas palabras al
cielo, como implorando al Celestial: “Por qué, por queeeeé”. Y después se queda
mudo. Llora por un momento, abrazado a su madre. Y después –después de todo–
las luces se apagan.
La magia del teatro en vivo hace que
Juan, el niño, se haga grande. Y esta vez, en el escenario, hay un hombre de
cabello ondulado; que uno de esos días en que se acomodó en su cama, dispuesto
a encontrar el sueño impertinente, vio –como una película– que la Virgen le
alcanzaba a decir: “No con golpes, sino con la mansedumbre y la oración”.
Estaba extendido en su cama, cuando soñó que unos jóvenes se golpeaban a puño
cerrado. Y no le quedó nada más que hacer. Sólo los separó, y los castigó. “No
con golpes, Juan”, escuchó esa voz que fluctuaba entre el sumiso celestial y el
de una niña. “No con golpes”, le repitió, y más fuerte. Y cuando despertó, se
dio cuenta que estaba transitando por un sueño que lo marcó para siempre. La
mañana, entonces, empezaba a nacer. Pero ahora, las luces nuevamente se apagan.
Después de la última escena, sale don Juan,
en busca de jóvenes necesitados. Se ordena sacerdote, se sabrá después. “Aquí.
Aquí llegará mi misión”, dirá ensimismado y con la sonrisa estrecha. Señalará el continente descubierto por Colón,
y su frase sonará a promesa. Entonces la muerte lo sorprenderá. Y ya no estará.
El escenario se quedará vacío. Vendrá un agradecimiento, una canción, y otra
más. Y las luces se apagarán para siempre…
ACTO II
En estos días, en que se habla mucho
de musicales; que Latinoamérica –y especialmente, el Perú– cuenta con jóvenes
talentos; en Piura, la noche del 24 de enero, se estrenaba la “Vida y obra de
don Bosco: cantada, narrada y bailada”.
A miles de kilómetros, en Broadway,
Nueva York; un peruano se ganaba el galardón de participar en uno de los
musicales más famosos en el mundo: “Chicago”. Aquicito nomás, en la Piura de
Grau, dieciocho jóvenes daban vida a lo que vinieron ensayando durante dos
meses: El musical en honor al Santo de la juventud.
Vienen aplausos, una canción, y otra
más. Y, después, se baja el telón. The end.
Fue una noche, que ha quedado grabada
no solo por las cámaras sino por todos aquellos que seguimos de cerca la obra
de Don Bosco… una noche salesiana.
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