Novena a María Auxiliadora

domingo, 2 de octubre de 2011

Periodista, con mucho gusto ¿Y qué?

Mi computador está encendido hace dos horas. Y la lucecilla roja que parpadea, vuelve a iluminar con nostalgia mis manos sobre el teclado. Ni siquiera existe libreta, ni lapicero, ni cámara. Sólo un reloj en la pared que, a cada rato, te avisa el tiempo que llevas encorvado en un asiento; además de mi –maldita- costumbre de escribir historias: esas que pasaron y que pasarán.

Son casi las diez un cuarto de la noche. En la cuadra de mi casa todos duermen, sin imaginar que mañana –sábado 01- será el día del periodista. Del hombre del fotolito. De la radio, del micro, de la filmadora, de esos. Quizá mañana muchos cojan el diario, vean la televisión, o escuchen la radio se nutrirán de las noticias y nadie dirá ¡Hoy es su día!, pienso justo ahora. Pero muero por escribir algo, a pesar de que mis ojos se estén cerrando a cada momento.

Con todo esto, me he puesto a pensar lo que muchos dicen –sin saber- a cerca del hombre de prensa. Sobre el cliché verbal del “Te vas a morir de hambre”, o “Te vas a quemar las pestañas por las puras”. Se lo dicen a mi madre, y se lo seguirán diciendo cuanto minúscula idea de lo que es el periodismo, exista.

Pero eso lo diré más tarde. Ahora quiero pensar lo que de niño siempre quise ser: pediatra, para “ayudar” a los traviesos. Más grande –a los doce- me di cuenta de que eso, ya no me llamaba la atención; y mi terquedad llegó a lejos, cuando opté por el “yo quiero ser profesor”. Sin saber que –hierba mala, nunca muere- el olor a papel periódico y tinta de fotolito, me llevarían a publicar mi primera noticia en las páginas de El Tiempo.

De allí a acá, ha pasado cerca de un año, y –déjenme decirlo- el periodismo es la mejor carrera que pueda existir. O al menos para mí. O al menos para los que vivimos del pueblo.

Soy terco, y ya se dieron cuenta. Y no porque quiera, ni por defender mi pasión. Tampoco por favoritismo. Es porque los que hacemos esta tarea, sabemos que es de titanes.

Un día, alguien –ojos amplios, zambo, tez retostada- me dijo que moriría de hambre siendo periodista. Pero sigo aquí. Y sigo viviendo del qué pasará, más aún, nutriéndolo de aconteceres, esos que sorprenden con los benditos cliché matutinos.

Esas pequeñeces que se aprenden en la escuela. En un cuadrado de dos pisos, con portón azul, y letras blancas. Siendo el reportero de chaleco, y renunciando al “Sobón”, al “Chupa medias”, y cuantas insolencias puedan caber.

Siempre creí que el periodismo era escribir, y escribir, y nuevamente escribir. Pero he aprendido que es morir para que otros vivan. Ser tenaz, comprometido. Es dejar morir los oídos, y desconectarte del qué dirán; es saber que tu voz, es la misma de los que nunca la han tenido. Que el poder que tiene –bueno o malo, pero lo tiene- puede mover montañas aunque hayan riachuelos que lo impidan. Que detrás de tus palabras, tus oraciones, los verbos; el lado humanístico nunca se pierde. Que el cansancio desaparece al día siguiente, cuando tu artículo es publicado en una página –amarillenta- de algún diario. Y ese es el mayor premio. Y ese es el mejor pago.

¿Estudiar para salir a informar, a opinar?, quien lo pregunta… Soy periodista escolar ¿y qué? Y más que dinero, esto es vocación, apego, amor. Por eso estudiaré periodismo, por eso me quemaré las pestañas aunque las Huertas muertas digan no; por eso moriré de hambre. Por eso seré sobón, por eso chuparé medias. Porque el periodismo es la voz de los que no la tienen…

En fin, ábranles paso a los amantes del pesimismo, esos que mueren al día siguiente, y nunca encuentran “plata”. Ábranles las puertas a los pedantes que se fijan en estereotipos, y no en una sociedad que los necesita. A ellos ábranles paso. Sí. Porque yo, mejor prefiero esperar…

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