miércoles, 18 de mayo de 2011

Tercer día de la Novena

Resumen de la Homilía – Tercer día de la Novena

Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados

En el segundo día de la Novena de María Auxiliadora, se nos pedía ser mansos de corazón, inmersos en un mundo agresivo, tan violento. Jesús desde lo alto eleva su voz para invitarnos a subir el tercer escalón, dentro de este camino espiritual de las bienaventuranzas.

“Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados”. El premio es el consuelo, la condición: llora, sufrir.

Ser felices para el mundo es sinónimo de experimentar toda clase de placeres ¿Quien no ha sufrido alguna vez?, y quien puede asegurar que no va a sufrir en el futuro. El sufrimiento forma parte de nuestra existencia y de nuestra vida. Hemos sido creados como seres humanos limitados e imperfectos para ir perfeccionándonos cada día. Cuántos carecen de lo necesario para vivir, cuantos a causa de sus defectos físicos tienen que soportar incomprensiones, burlas. El dolor tiene sentido cuando encontramos un medio para santificarnos

Cristo sufrió con nosotros y por nosotros. Ese Dios infinito, todopoderoso, todo amor, ese Dios inimputable, ese Dios que no puede sufrir, ha hecho suyo el sufrimiento del hombre y lo experimentado en la persona de Jesús. Cristo sufrió por la muerte de su amigo Lázaro. Cristo sufrió la traición de uno de sus amigos, Cristo sufrió el abandono de sus propios amigos en el momento de la prueba. Cristo sufrió por nosotros, dejó que lo traspasaran.

San Agustín, que en su juventud estaba entregado a una vida de pecado; su madre Santa Mónica, lloraba noche y día y pedía al Señor escuchar sus peticiones, para que su hijo pudiera cambiar de vida y si sucedió y hoy en día san Agustín, filósofo y teólogo, es uno de los santos más extraordinarios y más venerados.

El Papa Juan Pablo II, cuando visitó nuestro país, dirigiéndose los jóvenes en el hipódromo de Monterrico, les explicara el sentido de cada bienaventuranza y cuando llegó a esta tercera; la del dolor, la del llanto, la del sufrimiento; el Papa dirigiéndose a los jóvenes deseosos de tanta felicidad les dijo: en cierta medida el sufrimiento es el destino del hombre, porque todo hombre nace llorando. Todo hombre debe vivir su vida inmersa en un conjunto de tribulaciones y todo hombre para alcanzar la vida eterna debe pagar el precio de su propia muerte. El sufrimiento en cierto sentido es nuestro destino. En esto consiste el consuelo de los que sufren, de asemeja al sufrimiento de Cristo.

Hace muchos años atrás vivió en Polonia un sacerdote que se llamaba Maximiliano. Cuentan que cuando era niño tuvo un sueño, en el que la Virgen María se le apareció mostrándole dos coronas de rosas. Una era de color blanco y la otra de color rojo. La Virgen le pidió que escogiera y Maximiliano, como todo niño pequeño escogió las dos. A menudo se preguntaba por el significado del sueño. El niño creció y llegó ser sacerdote y comprendió que la corona blanca era su sacerdocio entregado con amor. No pasó mucho tiempo para comprender el significado de la roja, cuando poco tiempo después estalló la Segunda Guerra Mundial. Los alemanes invadieron Polonia y llevaron a los campos de concentración a mucha gente, también a Maximiliano le llevaron. Una noche logró escapar un preso y según la ley de los alemanes, por cada peso que escapaba, debían morir 10 personas. Así que fueron sorteando hasta llegar a escoger a 10 personas, pero uno de los escogidos se arrodilló y comenzó a llorar pidiendo que lo dejaran vivir. Maximiliano no resistió y habló al general pidiendo ocupar el lugar de aquel hombre y ese general accedió y los diez fueron llevados a un calabozo a morir de hambre, de sed y de frío. Maximiliano los fue confesando uno a uno. Todos murieron en sus brazos. Después de varios días los alemanes ingresaron al lugar y al encontrarlo agonizante le inyectaron veneno. Maximiliano murió dando gracias a Dios, murió amando de corazón, murió feliz; no renegó de su sufrimiento. En el dolor y el sufrimiento encontró la gracia de Dios, encontró en su propia muerte un medio de santificación.

En Portugal a una Salesiana cooperadora, Alejandrina Da Costa, un día un delincuente quiso abusar de ella y ella prefirió lanzarse desde el tercer piso; como consecuencia quedó inválida para toda la vida; pero nunca renegó de Dios todo lo contrario, ofreció sus sufrimientos para quien quiso ultrajarla, ofreció su dolor por sus seres queridos, por sus propios pecados. Cuentan que solamente se alimentaba de la Santa Eucaristía y así lo hizo durante 20 años hasta que un día le llegó la muerte de manera natural. Ella encontró en el dolor una fuerza; en alguna manera se asemeja al dolor que sufrió Cristo por nosotros.

Contemplemos a nuestra Madre del Cielo, Ella sufrió mucho más que nosotros. También ella con su hijo tuvo que sufrir la persecución, la pobreza. Cuando lo presentó al anciano Simeón este le dijo que una espada traspasaría su alma, más tarde lo comprenderían cuando vio morir a su hijo en la Cruz, la espada del dolor le atravesó su alma. María nunca renegó no se desesperó.

Jesús nos invita subir la tercera grada. Es una invitación a subir con amor, con nuestro propio dolor, el mismo que será nuestro propio consuelo. Pidamos a la Virgen Auxiliadora que nos conceda la gracia que más necesitamos.

Francisco Rosas Castillo

Salesiano Cooperador

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