Novena a María Auxiliadora

sábado, 20 de noviembre de 2010

Cuento ganador: “La Otra Perspectiva” (Manolo Montero B.)

Desperté. Era una hermosa mañana. Me dirigí hacia el lago. Tenía sed. Al llegar, bebí grandes sorbos de agua, pura y refrescante. Como de costumbre, me detuve un momento para observar las distintas aves que se posaban en el lago para refrescarse. Eran bellas. Me miraban con cierta desconfianza. Me hubiese gustado decirles lo hermosas que eran. Me erguí para dar un vistazo a mi alrededor. Siempre era bueno estar alerta, especialmente de los pumas; ellos eran peligrosos, pero la vida me resultaba más emocionante con peligros de los cuales tenía que escapar. Era considerablemente rápido, así que los peligros eran como un reto para mí. Continué observando. Realmente mi hogar era algo hermoso. De vez en cuando, me topaba con algún ejemplar mío, pero generalmente eran venados más viejos que yo, lo cual me obligaba a adoptar una postura de respeto.

Luego de un rato, decidí dar una caminata. Mientras lo hacía, observaba la gran cantidad de árboles que yacían en el bosque. Mirase por donde mirase, habían cientos de animales, despertando, tomando fuerzas para comenzar el día. Era algo naturalmente bello. Ya sea en un árbol, en un tronco, o incluso en un hoyo, varios animales habitaban allí. Por otro lado, a mí me gustaba caminar y explorar mi hábitat. Me gustaba correr en los abruptos montes, sentir la brisa acariciando todo mi cuerpo. Me gustaba estar en constante movimiento.

Luego de andar caminando, observando las magníficas especies que me rodeaban, me topé con una morada. Era grande y se notaba que estaba hecha de un material muy fuerte y rígido. Tenía unos colores llamativos. Preso de mi curiosidad, me acerqué, camuflándome entre los arbustos que la rodeaban. Podía ver con más claridad. La morada estaba habitada por las extrañas especies que nosotros llamábamos humanos. Tres de ellos salieron a la intemperie. El primero de ellos llevaba en su mano un pequeño objeto. Era de color negro. Por momentos, lo colocaba cerca de su ojo y una luz centellante iluminaba el paisaje al cual estaba apuntando. El segundo llevaba en su espalda una especie de costal, la cual era de un color muy llamativo. En sus manos, sostenía una larga vara de madera, la cual en la punta tenía una especie de lámina cóncava de un material muy sólido. El último llevaba en la espalda la misma especie de costal que el segundo. Entre sus manos también sostenía una larga vara de madera, excepto que esta tenía en la punta varios dientecillos alineados.

Los tres humanos comenzaron a caminar hacia lo profundo del bosque. Otra vez, preso de mi curiosidad, los seguí. Por un momento, se detuvieron. Me pude dar cuenta de que estaban observando a un ave posada en la rama de un árbol. La señalaban con sus largos brazos. El humano que tenía el pequeño objeto negro en sus manos, lo acercó a su ojo nuevamente. Apuntó hacia el ave y la luz centellante iluminó todo el árbol. Luego de esto, los humanos continuaron caminando. Los seguí. No podía evitar ver lo que hacían. Durante la caminata, dialogaban entre ellos. Deseé ser capaz de comprender lo que decían. Luego de una larga caminata, llena de luces centellantes producidas por el pequeño objeto negro, los humanos llegaron al lago. Se detuvieron y los dos que llevaban los costales en sus espaldas, los colocaron en el suelo. Se ubicaron en un pequeño espacio de tierra húmeda. Parecía que ya habían estado allí antes, mucho antes, debido a que conocían a la perfección el lugar. El que tenía la vara con dientecillos en la punta, comenzó a remover la tierra. Lo hacía con gran fuerza y rigidez. Luego, el que tenía la vara con una lámina cóncava, comenzó a hacer un hoyo en la tierra que el otro había removido. Sentí una gran impotencia al no tener el valor para enfrentarlos y ahuyentarlos de allí. Sabía que no podía hacerlo. Sentí una gran pena por los animales que habitaban en ese terreno. ¿Era realidad lo que estaba observando? ¿Los humanos realmente estaban destruyendo mi hogar? ¿Qué podía hacer? Era solamente un simple venado. Ellos eran tres. Definitivamente no iba a encararlos.

Cuando el humano terminó de hacer el hoyo, extrajo de su gran costal unas pepitas muy pequeñas. Las colocó dentro del hoyo y luego con la misma herramienta con la que lo hizo, lo cerró. Me quedé un poco sorprendido. ¿Qué estaban haciendo los humanos? No le encontraba una razón a sus hechos. Luego de hacer esto, los humanos recogieron todas sus pertenencias y se prepararon para regresar. Justo al voltear, los tres humanos se percataron de mi presencia. Estaba demasiado cerca de ellos. Me imaginé lo que podía pasar. Sabía que debía mantener mi distancia, sin embargo, no me percaté que me había acercado demasiado. Mi vida entera pasó por delante de mis ojos. Quedé petrificado. No sabía qué hacer. De pronto, los humanos se retiraron un poco. Parecía que lo hacían voluntariamente y no porque yo los intimidaba. ¿Acaso me estaban dando mi espacio sin que yo lo reclamase usando la violencia? Al parecer eso hacían. Me sentí respetado y un poco más tranquilo. Uno de ellos me apuntó con el pequeño objeto negro y la luz resplandeció todo el lugar. No me hizo ningún daño. Los humanos dialogaron entre ellos y caminaron de regreso. Me quedé inmóvil por unos segundos. No sabía qué había pasado exactamente. Estaba complacido de tener vida. Me quedé viendo cómo los humanos se alejaban, poco a poco, a su morada.


Luego de unas cuantas primaveras, los recordé. Ahora, era más grande y fuerte. Tal vez lo suficiente para enfrentar a algún humano que intentase destruir mi hogar. Recordé el incidente que tuve con los humanos y la rareza de sus hechos, y me dirigí al lugar donde me encontré con ellos hace un buen tiempo atrás; nuevamente preso de mi curiosidad. Me quedé maravillado al ver un frondoso árbol en el lugar en el que los humanos habían colocado las pepitas. Era un árbol hermoso. Daba mucha sombra. Me acerqué a este y me sorprendió aún más ver muchas manzanas colgando de sus ramas. Me estiré lo más que pude y alcancé a coger una. La comí con calma, saboreándola mordisco por mordisco. Deliciosa. Luego de ingerirla, me recosté debajo del árbol y disfruté de su sombra majestuosa. Miré hacia arriba y pude observar un pequeño nido de aves entre las ramas del sublime árbol. Asimismo, observé una gran colonia de hormigas, trepando por el frondoso tronco para llevar alimento a su refugio. Me sentía muy cómodo y a la vez muy agradecido con los humanos. Ellos sembraron un árbol para el provecho mío y el de todas las especies con las que convivo. ¿Acaso sabían el tremendo bien que nos habían hecho? La única forma de agradecerles era sacándole provecho a este bello regalo: el árbol de manzanas. Aunque quisiera agradecerles cara a cara, sabía que no debía hacerlo. Éramos especies diferentes y teníamos distintos hogares. Lo único que debíamos hacer era vivir en paz. Yo los respetaba, pero no solamente por el obsequio que nos dejaron, sino porque ellos me respetaron primero, en el incidente pasado. Ellos me dieron mi espacio. Me respetaron. Pusieron a mi disposición un hermoso árbol, el cual tenía frutos que podía comer libremente. Realmente ellos eran dignos de mi total respeto. Además, lo consiguieron de una forma pacífica, y no haciendo uso de la violencia. Ahora, sólo me quedaba disfrutar y aprovechar este árbol, en son de agradecimiento.

Gracias a esto, ahora tengo un concepto diferente de los humanos. Ellos son seres amables y cariñosos. Notables líderes, que se ganan el respeto de forma pacífica y amistosa. Son seres que merecen un total respeto, pero no por su fuerza y sus habilidades, sino por la forma de ser, única y extraordinaria en todo el mundo.

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